miércoles

“NO ME ESCUHAS…. NO PUEDO HABLAR CONTIGO”


Cuando nuestros hijos tienen alrededor de los 10 u 11 años nos empezamos a preguntar qué paso? La relación con mi hijo/a era fabulosa, me hablaba, confiaba en mí, me contaba todo y ahora, porque no lo hace? Porque se aísla, me tiene secretos? O podemos preguntarnos cual es el momento ideal para fortalecer la relación de confianza con mi hijo o hija, autorizando que el novio la visite en casa a los 17 o brindándole un trago en navidad a los 14 porque ya es “grande” para tomar con el papá?

Definitivamente nos hemos olvidado que el momento propicio para iniciar la creación de una relación de confianza con nuestros hijos es desde su gestación, debemos recordar que los primeros años de vida el niño actúa como una esponja, absorbiendo toda la información de su medio, el bebé asume dentro de su propio repertorio todo lo que recibe de los demás y especialmente de sus seres más cercanos, las sonrisas, el juego, el percibirlo como un nuevo integrante de la familia con voz y voto desde el primer momento genera en el niño o niña sentido de identidad, que a la larga fortalece la comunicación y la confianza dentro de la familia, a veces pensamos que como son “tan” pequeños podemos tomar decisiones por ellos sin consultarlos, sin evaluar sus sentimientos, su estabilidad emocional o las consecuencias que nuestras acciones tengan para su vida, somos una familia, una pequeña sociedad, una pequeña empresa que solo funciona si se tiene en cuenta la opinión y participación de todos sus socios.

En la medida que van creciendo nuestro deber es estar atentos a todas sus historias, mostrar interés en su vida, en sus preocupaciones, a veces estamos tan cansados o tan preocupados que solo los dejamos hablar pero sin atenderlos realmente, pero son esos momentos los que le van diciendo al niño que puede confiar en nosotros, que puede contar con nosotros. Los adultos debemos mantener y fomentar, desde temprano, una comunicación sincera, expresiva, afectuosa y comprensiva con ellos, mediante conversaciones, diálogos, en los que se traten y discutan temas y problemas de su interés y se intercambien, con tolerancia y respeto, los diversos puntos de vista, con el ánimo del mutuo entendimiento y comprensión.

Cuando llega la pre adolescencia debemos acercarnos aún mas, acceder a ellos con mayor tiempo y amplitud de criterio, con una visión más abierta a su vida, la que ahora es su vida y no la nuestra, mostrar interés no es preparar un interrogatorio diariamente en forma inquisitoria violando su intimidad, es hacernos presentes en su mundo aprovechando los momentos en que esté más accesible, buscando las ocasiones, yendo hasta donde nos permita llegar pero dejando la puerta abierta para un acercamiento mas intimo, es hacerlos entender que siempre estaremos allí para ellos cuando lo requieran y esto debe ser cierto porque una sola vez que les fallemos, que no estemos ahí, que estemos demasiado ocupados para ellos, es suficiente para que se rompa el círculo de confianza. Pero cuando lo escuchemos también debemos estar en la disposición de evitar prejuicios, de no juzgar, de confiar en ellos y no exagerar las reacciones o sobredimensionar los problemas o las situaciones que no nos gusten o que nos parezcan peligrosas, ellos están constantemente evaluando nuestras respuestas, midiéndonos, conocen perfectamente hasta donde pueden llegar, hasta dónde va la confianza, antes de responder debemos estar seguros que si nos cuentan esta situación es porque les interesa contar con nosotros, muchas veces no quieren nuestra opinión, solamente saber que estamos con ellos y que los apoyamos, que confiamos en su criterio, eso les permite reconocer que si nos necesitan nos pueden buscar con tranquilidad, por eso debemos entender que el mundo continua, que no se ha estancado en la que era nuestra adolescencia y que los intereses, comportamientos y actitudes de aquel entonces, poco tienen que ver con los actuales, hablar un mismo lenguaje.

Investigaciones con jóvenes que han realizado intentos de suicidio demuestran que ante el embotellamiento en las dificultades los muchachos no han contado con el apoyo de su familia, aunque estaban en la condición de dárselo porque consideraban que sus padres “hablaban un lenguaje diferente, no estaban en la capacidad de entenderlos o son demasiado obstinados para comprenderlos” con frecuencia los jóvenes no se sienten vinculados a sus padres, no sienten que pertenecen a una familia y debemos recordar la enorme necesidad de aceptación en la etapa de la adolescencia y es deber de nosotros como padres de familia hacerlos sentir dentro del grupo, compartir con ellos eso que es único para nosotros, generarles identidad, no debemos esperar a que sea tarde, es en cada momento de su vida que debemos recordarles que pertenecen a nuestra vida, que somos incondicionales, tal vez los únicos en su vida social que realmente lo sean, por eso debemos evitar fallarles al máximo.

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